La verdad es que los que conocemos hoy como sex shops distan mucho de ser algo parecido a los que aparecieron por primera vez en España. La imagen que les muestro justo debajo es uno de los ejemplos de hoy en día: un lugar donde todo está a mano, hay mucha luz, alguien siempre está dispuesto a ayudarnos y no nos avergonzamos en entrar en lugares de ese tipo. Sin embargo, hace ahora 30 años, las cosas eran muy distintas.
Tienen que probar a ponerse en el contexto de un país cerrado, encerrado en su propio puritanismo que no entendía del placer propio y que explosionó en importarle poco la calidad del sexo, primando la cantidad. En aquel desfase de finales de los 70, llegaron los sex shops, que aún a pesar de ser muy frecuentados debían esconderse de aquellas miradas más indiscretas y de las que no estaban orgullosas de todo lo que ocurría.
Precisamente por eso, los sex shops de la época nada tenían que ver con los de hoy. Los juguetes, si así podía llamárseles a la poca variedad que existía no estaban expuestos, si no más bien escondidos. La oscuridad era el ambiente, y las cabinas en las que ver porno eran una tónica habitual. Escondidos por supuesto de las miradas de los demás. Por lo demás, lo más común no eran más que tarjetas y calendarios. ¡Vaya cambio, verdad!