Si actúas pensando en el «que dirán» te arriesgas a ser alguien con una reputación intachable pero que no se respeta. Deja de bailar al son que tocan otros y dedícate a componer tu propia música. La vida en sociedad supone que a veces necesitamos tener en cuenta la impresión que causamos en los demás. Pero ¿qué sucede cuando ya no se trata de episodios esporádicos y nos obsesionamos con lo que otros puedan pensar de nuestros actos? Cuando el temor a no ser aceptados controla nuestra vida, nos volvemos cada vez más dependientes de otros y más críticos con nosotros mismos.
Hasta superar la adolescencia, todos hemos sentido la necesidad de agradar a quienes nos rodeaban, de que nos dijeran cómo debíamos ser. Pero en la vida adulta conviene olvidarse de intentar complacer a todo el mundo y de guiar nuestros actos y pensamientos por el «qué dirán» los demás. Dejar que las opiniones externas controlen nuestra vida, nuestros actos e incluso nuestra forma de pensar nos convierte en personas dependientes y nos sitúa en una posición de inferioridad.
De esta forma, nos volvemos muy vulnerables, pues creyendo «no ser bastante» hacemos cualquier cosa para asegurarnos el cariño, respeto y comprensión de quienes nos rodean. El precio que pagamos es muy alto: perdemos la propia identidad. Ya lo has oído de boca de los profesionales: Mantengamos relaciones de pareja y amistades que respeten nuestros límites y nos ayuden a definir y defender nuestro espacio.