La mayoría de nosotros solemos consolidar nuestras relaciones, esas especiales que van a durar «para siempre» durante la juventud, en la secundaria, la universidad o los primeros trabajos. Pero nos resulta más difícil abrir nuestra mente y nuestro corazón a nuevas amistades cuando alcanzamos la adultez. Pensalo: ¿cuál fue el último amigo que te hiciste? Seguro que no fue reciente.
Quizás por falta de tiempo, o por cierta timidez que viene con los años, nos cuesta más embarcarnos en nuevos vínculos. Sin embargo, este tipo de amistades pueden ser muy gratificantes. Un amigo adulto nos conocerá tal y como somos ahora, con nuestros gustos y debilidades, nuestras bondades y nuestros días malos. Será alguien que seguramente tenga más que ver con vos que esos adorados pero diversos amigos de «toda la vida».
Una amistad madura puede darte esa mirada más objetiva y realista que necesitas, desligada de las emociones y prejuicios de haber compartido una larga historia en común. ¡Vence tus miedos! Acordate de cuando eras un nene libre y te acercabas a ese otro nene de la plaza que te resultaba interesante y, sin más, lanzabas una de las frases más lindas que alguien podría decir: «¿Querés ser mi amigo?».