De chicos, bastaba compartir un rato con alguien para su mar un nuevo amigo. Ya fuera un vecino en el caballito de la calesita o un compañero en el arenero, las amistades espontáneas se iniciaban con gran naturalidad. De hecho, algunos de esos vínculos ganaron tanta solidez que, incluso, pueden haber perdurado hasta hoy (del jardín de infantes, la colonia, el primario, el club y la secundario).
Sin embargo, al crecer, la inseguridad, la falta de tiempo, los prejuicios, los complejos y el estrés pueden alejarnos de ese impulso por la sociabilización genuina. Tenemos la falsa creencia de que no necesitamos a nadie más que al círculo cercano de toda la vida, y anulamos la posibilidad de incorporar nuevas presencias en nuestro día a día, que puedan proveernos miradas diferentes sobre la realidad y nos permitan compartir momentos agradables. ¿Qué tal si pensamos al revés y les abrimos la puerta? Ya sean del trabajo, de un curso de teatro o padres de los compañeros del colegio de nuestros hijos, ¡la opción de hacer nuevos amigos siempre está cerca!